martes, 26 de agosto de 2014

Una multitud en el funeral de Michael Brown



Miles de personas participaron el lunes del funeral de Michael Brown en Saint Louis, Missouri. Tras dos semanas de protestas por el asesinato del adolescente afroamericano, su funeral estuvo marcado por discursos que buscaron bajar el nivel de tensión social aunque no pudo evitar mostrar la profundidad del debate sobre el racismo y la discriminación que este caso ha abierto en Estados Unidos.

Michael Brown fue asesinado el 9 de agosto por el policía blanco Darren Wilson. Desde ese día las marchas y protestas, que incluyeron enfrentamientos con la policía, fueron creciendo a medida que se conocían los detalles del asesinato, seis disparos directos al cuerpo y la cara mientras Brown mantenía los brazos en alto y se encontraba desarmado. Las acciones de solidaridad se extendieron a las ciudades más importantes del país.  La respuesta del gobierno local y estatal fue la militarización de Ferguson, primero con la propia policía de Saint Louis y luego con la Guardia Nacional lo que produjo escenas similares a la de un campo de batalla, con carros blindados y armamento pesado. Tanto el asesinato de Brown como la extrema militarización y represión de estas semanas en Ferguson provocaron un profundo debate que se vio expresado durante el funeral.

Desde la mañana del lunes varios cientos de personas se reunieron afuera de la iglesia Friendly Temple Missionary Baptist, para participar del funeral en el que estuvieron presentes figuras como los reverendos Al Sharpton y Jesse Jackson, líderes comunitarios como Martin Luther King Jr y personalidades como el rapero Snoop Dogg y el cineasta Spike Lee. También participaron los familiares de Trayvon Martin, un adolescente afroamericano asesinado por un vigilante blanco en Florida en 2012. El presidente Barack Obama, que el domingo por la noche regresó a Washington tras quince días de vacaciones, envió una delegación de tres funcionarios.

Uno de los principales oradores durante el funeral fue el reverendo de Nueva York, Al Sharpton, que pidió justicia para Brown intentando desde su discurso poner paños fríos a las protestas. "Michael Brown no quiere ser recordado por una revuelta. Quiere ser recordado por ser quien hizo a Estados Unidos enfrentarse a cómo debe ser la policía" dijo Al Sharpton según la Agencia EFE.

El padre de Brown había llamado el día anterior a completar un “día de silencio” y a evitar las protestas durante el funeral, algo que fue respetado a pesar de la cantidad de personas que participaron y de la bronca generada por el asesinato del joven.

El propio Obama intentó en los días previos bajar el nivel de tensión llamando a hacer una revisión de los programas que como el denominado “1033” del pentágono permiten a los cuerpos de policía locales hacerse con equipo militar que le sobra al Departamento de Defensa.

Si bien las protestas que se registraron en Ferguson durante las últimas dos semanas no llegaron al nivel de los disturbios y enfrentamientos de Los Angeles en 1992, luego de la absolución de los policías que asesinaron a Rodney King, reabrieron una profunda discusión al interior de Estados Unidos. Una de ellas fue la extrema militarización de la policía, lo que no pocos analistas definieron como un “boomerang” hacia el interior del país de la política exterior estadounidense, y la extensión del complejo militar-industrial a la política doméstica. Algo que se podría definir como otra de las aristas de una sociedad hiper vigilada, sobre todo después del 11S, como lo dejó al desnudo las filtraciones del ex empleado de la CIA, Edward Snowden.

La discusión más profunda, sin embargo, es la del persistente racismo y la discriminación que continúa vigente a pesar de la Ley de Derechos Civiles firmada hace 50 años y que hoy, con Obama en la Casa Blanca, no han disminuido. 


miércoles, 30 de julio de 2014

La legitimación internacional de la masacre en Palestina


El nuevo bombardeo contra un centro de las Naciones Unidas en Gaza, que terminó con la vida de 20 palestinos (6 de ellos niños) la noche del martes, llevó la cifra de muertos en la Franja por arriba de los 1300. Este es el sexto ataque a un edificio bajo administración de la ONU (UNRWA) perpetrado por el Ejército israelí.

A pesar de que la ONU ha condenado el bombardeo en un comunicado público y que el comisario general de UNRWA en Jerusalén, Pierre Krähenbühl, expresó su “rabia e indignación”, el papel de Naciones Unidas es de una hipocresía absoluta.  Las “deliberaciones” de la semana pasada sobre si el ejército sionista estaba cometiendo crímenes de guerra quedaron en la nada, mientras que se vale de la carta de los dos demonios para equiparar la resistencia palestina con las matanzas y la limpieza étnica del Estado terrorista de Israel. En ningún caso, y a pesar de las brutalidades cometidas incluso contra instalaciones de la UNRWA, las condenas pasaron de una declaración pública y nunca se planteó siquiera la posibilidad de aplicar sanciones a Israel.

La ONU es ni más ni menos que el eslabón que le da cobertura internacional al perverso mecanismo de asesinato en masa que se puso en marcha en  Gaza.

Se trata de un sistema que funciona en base a un cinismo extremo: el ejército israelí utiliza el terror a gran escala sobre la población palestina, no solo profundizando el bloqueo que mantiene desde 2007, y cortando el sumisito de luz, agua y combustible en la Franja, sino arrojando panfletos desde sus aviones o llamando a la casa de los habitantes de Gaza para avisarles que tienen unos pocos minutos para abandonar todas sus pertenencias antes de que se inicie un bombardeo. Los que deciden quedarse para tratar de proteger lo poco que les queda son asesinados salvajemente y en muchos casos mueren en un solo bombardeo familias entras de hasta más de 20 miembros, como ocurrió la semana pasada. Aquellos que resignados y aterrorizados se ven obligados a huir, como es el caso de los más de 200.000 palestinos que ya fueron desplazados a causa del bombardeo y la ocupación sionista, terminan hacinados en edificios o campamentos como el de la ONU que hoy fue destruido por misiles israelíes.

La idea de que no hay lugar adonde ir. El terror y el castigo colectivo. Esas son las herramientas que utiliza el Ejército sionista en su objetivo de llevar adelante una limpieza étnica iniciada hace más de sesenta años contra el pueblo palestino.

miércoles, 23 de julio de 2014

Las selfies del odio y el racismo del Estado de Israel




La ofensiva militar israelí sobre la franja de Gaza, que ya lleva dos semanas y se ha cobrado la vida de más de 650 palestinos, viene acompañada de una enorme propaganda anti árabe al interior del Estado de Israel. Desde el gobierno y la derecha política y religiosa se viene incitando al odio y el racismo contra la población palestina para justificar las brutalidades que se están cometiendo contra los habitantes de la franja de gaza y para insuflar el nacionalismo al interior de Israel contra cualquier atisbo de oposición interna.

El aceitado sistema de propaganda racista va desde las declaraciones de figuras reconocidas llamando a asesinar, vejar y exterminar palestinos, hasta las miles de “iniciativas” en las redes sociales que incluyen selfies con mensajes racistas, hasta páginas de Facebook con fotos desde los refugios antiaéreos (inexistentes en Gaza) o con grupos de israelíes sentados en sillones y mirando los bombardeos sobre la franja, como si se tratara de un cine.

Una cuestión de Estado

La semana pasada la diputada Ayelet Shaked del partido ultra sionista israelí “Hogar Judío”, representante de los colonos en el parlamento, expresó que había que asesinar a todas las madres palestinas porque dan a luz a “pequeñas serpientes”. En su perfil de Facebook publicó: “Tienen que morir y sus casas tienen que ser demolidas. Son nuestros enemigos y nuestras manos deberían estar manchadas de su sangre. Esto se aplica igual a las madres de los terroristas fallecidos”.

Esta semana fue el turno del rabino de Kiryat Arba y Hebrón, Dov Lior, que mucho más categórico dijo que no solo se debe “castigar a la población enemiga con medidas tales como un bloqueo económico o interrumpir el suministro de la electricidad y no poner en peligro innecesariamente a los soldados sino más bien tomar medidas para exterminar al enemigo".

Estas son solo dos muestras de las declaraciones racistas que se repiten a diario. Y no se trata de uno o dos lunáticos perdidos sino que el racismo anti árabe es una cuestión de Estado.
La ofensiva actual se inició desde el propio gobierno de Netanyahu que alentando el odio anti árabe en los funerales de los tres jóvenes israelíes hallados asesinados hace tres semanas atrás, acusó sin ningún fundamento a Hamas y prendió la mecha.

En los días siguientes grupos de manifestantes se congregaron en el centro de Jerusalén, no lejos de la frontera entre las partes oriental y occidental. Llevaban banderas israelíes y pancartas. Gritaban “mavet la’aravin” (muerte a los árabes) y detenían a taxistas para comprobar si eran judíos o palestinos. El ánimo era de linchamiento. Movilizaciones como esta fueron las que terminaron con el asesinato del joven palestino Muhammad Abu Khdeir que fue secuestrado, torturado y quemado vivo.

Es que en la base del discurso racista del Estado de Israel está la necesidad de legitimar la opresión nacional histórica sobre el pueblo palestino. Cómo explicamos en este artículo, “Históricamente, el Estado de Israel jamás se propuso contemplar las demandas del pueblo palestino(…) el estratega sionista David Ben Gurión sostenía que sólo podría permanecer una pequeña minoría de palestinos para asegurar el desarrollo de un Estado judío, y el resto debía ser “transferido” a otros países árabes.” Es decir que la propia base de la fundación y posterior desarrollo del Estado de Israel está fundamentada en una ideología racista y colonialista sobre la población palestina. Ese es el discurso que se mantiene hasta el día de hoy y que se fue agudizando en el último período con expresiones de odio cada vez más profundas.

Estas expresiones ultranacionalistas y racistas se filtran por todos los poros de la sociedad. Las pocas acciones en contra de los ataques que se realizan al interior de Israel son reprimidas o apaleadas por bandas de la derecha sionista y de militantes de los partidos de los colonos (algunos de ellos miembros del club de fútbol Beitar Jerusalén, que se pronuncian abiertamente anti musulmanes).

Mientras que las redes sociales están siendo utilizadas en todo el mundo para conocer la verdadera situación al interior de Gaza, dentro de Israel se han convertido en un furor para expresar el odio anti palestino. Mientras que en la red social Twitter comenzaron a circular las “selfies del odio”, que son fotos que incitan a la violencia contra los palestinos o de apoyo a los soldados que están invadiendo la Franja de Gaza, en Facebook se hizo popular entre los israelíes la práctica de tomarse fotos en actitud despreocupada cuando se van a refugiar a los bunkers, siguiendo la consigna 'Keep smiling' (continúa sonriendo) mientras suenan las sirenas antiaéreas. (El Mundo.es). No pueden dejar de indignar las imágenes donde se muestran a grupos de colonos sentados sobre el pasto o en sillones y mirando hacia la Franja de Gaza durante los bombardeos, como si se tratara de un cine o de un show de fuegos artificiales. Es tan espeluznante como las fotos que recorrieron el mundo durante la guerra del Libano en 2006 donde niños israelíes escribían mensajes sobre las bombas que iban a ser disparadas desde los bombarderos sionistas,
Como si esto fuera poco existen algunas campañas que promueven la violación de mujeres palestinas por parte de los soldados israelíes como un “método válido” para combatir a Hamas.

Estas muestras de brutal cinismo no pueden ser más que el reflejo extendido, sobre la mayoría de la sociedad israelí, de un discurso racista y colonialista de un estado que no solo trata a los 2 millones de árabes israelíes que viven en su interior como ciudadanos de segunda, sino que utiliza métodos terroristas, de limpieza étnica y castigo colectivo sobre el conjunto de la población palestina.

  



“Die with love” (Muere con amor) uno de los mensajes que los niños israelíes escribieron sobre los misiles que se iban a utilizar contra la población de Libano en 2006





Los israelíes se reúnen en las laderas para ver y animar a los militares que bombardean Gaza (http://www.theguardian.com/world/2014/jul/20/israelis-cheer-gaza-bombing)

miércoles, 23 de abril de 2014

China: 40.000 trabajadores del calzado en huelga




El lunes 21 de abril comenzó la segunda semana de una huelga que algunos medios definieron como la más importante de la historia reciente de China .

El complejo industrial Yue Yuen Industrial Holdings Ltd, de capitales taiwaneses, que fabrica calzado para marcas como Nike, Adidas, Timberland, Reebok, Asics y New Balance, se encuentra completamente paralizado desde la semana pasada cuando unos 10.000 trabajadores comenzaron una huelga por el pago de las pensiones, el seguro médico y los subsidios a la vivienda que la empresa adeuda hace años.

La paralización que comenzó en siete de las diez plantas ubicadas en la sureña ciudad de Dongguan, de la industrial provincia de Guangdong, se extendió esta semana cuando entraron en huelga el total de los 40.000 trabajadores que emplea la empresa en la ciudad.

La preocupación por la magnitud de esta acción, llegó hasta el gobierno municipal y provincial que puso a disposición de la empresa a la policía antidisturbios, al mismo tiempo que comenzó una negociación para intentar frenar la lucha. No es para menos, ya que la empresa Yue Yuen tiene en el pueblo de Gaobu el centro de fabricación más grande de la compañía, con 1,4 millones de metros cuadrados (el equivalente a 230 canchas de fútbol) que se encuentra completamente paralizado desde la semana pasada.

La compañía solo ofreció realizar nuevos contratos a partir del primero de mayo que incluyan prestaciones sociales y un fondo de vivienda, pero se negó a pagar por las contribuciones patronales atrasadas. Esta oferta fue rechazada por los trabajadores que denuncian a la empresa por no pagar los aportes patronales desde el año 2006 y estiman la deuda en 160 millones de dólares.

La policía se desplegó en las afueras de la fábrica, donde desataron una represión sobre los activistas con un saldo de decenas de detenidos y heridos, generando aún más furia entre los trabajadores que por el momento definieron continuar con la lucha.

Si bien esta huelga es la más importante de los últimos años, no se trata de un caso aislado sino de un fenómeno que viene in crescendo, sobre todo en el último período, y que se agudiza en las zonas con mayor cantidad de trabajadores migrantes que tienen peores salarios, condiciones de salud y vivienda que los trabajadores locales. Y en el caso de la ciudad de Dongguan, los trabajadores inmigrantes superan al 75% del total de su población de más de 8 millones de habitantes.

La furia de los trabajadores del calzado en Yue Yuen, no hace más que confirmar una tendencia a la agudización de la lucha de los trabajadores precarios que se expande no solo por las ciudades industriales de China, sino por otros países de Asia.

La rebelión de los precarizados. Una nueva generación obrera

Países como China, India, Bangladesh, Camboya, Laos y Vietnam, se han convertido en las últimas décadas en una enorme fuente de mano de obra barata. Industrias como la electrónica y la textil, amasan multimillonarias ganancias en base a la explotación de millones de trabajadores y trabajadoras que producen para las principales multinacionales imperialistas en condiciones de semiesclavitud, hacinamiento e inseguridad, a cambio de sueldos miserables que van de los 40 a los 250 dólares por mes según el país.

En China, una nueva generación obrera, en su mayoría hija de campesinos que emigraron a las ciudades en busca de un mejor futuro, han visto rápidamente frustradas sus ilusiones. Esto ha desencadenado una serie de huelgas y enfrentamientos que en los últimos años afectaron tanto a la gigante Foxconn como a las empresas tercerizadas de Honda y Hyundai, entre otras. A diferencia de las primeras acciones que vimos hace unos años atrás cuando la impotencia frente a la situación de explotación llevó al suicidio a trabajadores del conglomerado Foxconn, las últimas huelgas muestran una nueva y mayor predisposición a la lucha que lleva a un enfrentamiento más directo con los patrones, la policía y los gobiernos locales.

Según el China Labour Bulletin (CLB) las huelgas al interior del gigante asiático han aumentado en un tercio durante el primer trimestre de 2014, agudizándose luego del año nuevo chino (a principios de febrero). En este período se contabilizaron más de 200 protestas, de las cuales 119 tuvieron lugar durante el mes de marzo, y el 60% se concentran en la industria manufacturera y el transporte. Junto con las protestas también aumentó la presencia policial, la represión y la cantidad de detenidos.

La populosa e industrial provincia de Guangdong, donde se desarrolla la actual huelga de los trabajadores del calzado, concentró en lo que va del año más de la mitad de las huelgas de todo el país.

Las luchas de esta nueva generación de trabajadores jóvenes y precarios, muestran que China “ya no tiene una fuente inagotable de jóvenes trabajadores del campo dispuestos a trabajar horas interminables en las líneas de producción a cambio de salarios de mera subsistencia.” Por el contrario se ve “una nueva determinación y capacidad de los trabajadores para organizarse colectivamente”. (Wages in China, www.clb.org.hk)

La actual lucha de Yue Yuen es parte de esta nueva clase obrera, que junto al joven proletariado de países como Bangladesh o Camboya, forman una fuerza laboral de millones de trabajadores precarizados que se están comenzando a poner de pie en todo Asia.

martes, 28 de enero de 2014

“Giro a izquierda” en la política norteamericana


33
Celeste Murillo y Juan Andrés Gallardo
Número 6, diciembre 2013.
www.ideasdeizquierda.org
La victoria de un demócrata “progresista” como alcalde de Nueva York, la caída de los candidatos de la derecha republicana más reaccionaria, y la banca local conquistada por una candidata de izquierda en Seattle, plantean la pregunta de si existe un “giro a izquierda” en la política norteamericana.
Las elecciones locales de principios de noviembre en Estados Unidos tuvieron un tono distintivo. Con poca cobertura mediática, la victoria de una candidata de izquierda fue una de las novedades políticas, cuya magnitud va más allá del cargo conseguido (concejal) siendo que se da en el marco de un sistema electoral bipartidista, profundamente restrictivo y abiertamente macartista (ver recuadro). Los que acapararon la atención de los medios fueron, sin duda, el triunfo del demócrata Bill De Blasio en las elecciones a alcalde en Nueva York, y el del republicano moderado Chris Christie en Nueva Jersey. Este desplazamiento dio lugar a la pregunta de si existe un “giro a izquierda” en el centro de gravedad de la política norteamericana. Para comprender la relevancia que han tenido estos resultados es necesario remontarse a las elecciones parlamentarias de 2010. El fenómeno que cruzó esa instancia había sido el de una fuerte polarización y el ascenso del ala más radicalizada del Partido Republicano, a través del movimiento Tea Party, que conquistó su propio bloque dentro de la bancada de ese partido, desplazando al ala centro.
El Tea Party tomó las demandas de los sectores de la clase media acomodada y alta que no quieren que se use “su” dinero para financiar programas sociales. Y con un programa populista reaccionario, canalizó la bronca de sectores más amplios, hastiados de la indiferencia del gobierno federal que concentraba sus esfuerzos y recursos para rescatar bancos y empresas. Como parte de su agenda, echó mano de campañas xenófobas y de defensa de los “valores americanos”, que se abrieron paso en un clima de profunda recesión económica. Un programa de “Estado chico” y recorte de los planes sociales, combinado con una cruzada reaccionaria contra los derechos de los inmigrantes, de las mujeres y de la comunidad homosexual. Las elecciones de 2010 se inscribieron como la expresión del giro a derecha que se asentó sobre la polarización política y social. Durante los últimos años, el gobierno de Obama ensayó varias medidas para paliar la recesión en la que se encontraba la economía norteamericana, mientras que el centro de la crisis económica se trasladaba a Europa. Medidas como el QE3, la inyección masiva de dinero público1, fueron configurando una modesta recuperación, con un alto crecimiento del empleo precario. Estos años de crisis desgastaron el gobierno de Obama, y también fueron limando el apoyo al Tea Party porque sus recetas ultraneoliberales ya no eran tan atractivas. La popularidad del gobierno de Obama iba en descenso por una combinación de problemas domésticos, y la cada vez más evidente crisis de la hegemonía norteamericana (que se expresó centralmente en el escándalo internacional por el espionaje y las crisis en Siria, Medio Oriente y el Norte de África).
Sin embargo esta crisis no pudo ser capitalizada por los republicanos, y rápidamente comenzaron a verse las grietas en ese partido2. Si hubo algo que dejó en evidencia la pérdida de legitimidad del Tea Party fue la intransigencia y el bloqueo de sus diputados a la votación del presupuesto 2013, que terminó en el conocido “shutdown” (cierre) del gobierno3. Durante algunos días se vio concretamente el programa de “Estado chico”, que no fue otra cosa que el cierre de agencias estatales, la suspensión sin pago de 800.000 empleados públicos y despidos de empleados de programas eventuales. Si las marchas contra el Obamacare (por el plan de salud “universal” que impulsa Obama4) fueron un símbolo del ascenso del Tea Party, el “shutdown” fue símbolo de su caída en desgracia.
Es en este marco que las recientes elecciones locales, que no son decisivas en sí mismas, expresaron un clima político diferente –opuesto– al de 2010, a tal punto que muchos se preguntan si se trata de un “giro a izquierda”. En 2010 triunfaba la derecha más recalcitrante, hoy se imponen los candidatos de centro como el gobernador reelecto Chris Christie, un republicano que tiene buena relación con Obama y evita declaraciones homofóbicas y racistas. Y los demócratas que se impusieron no fueron los cautelosos del ala centro, sino los que con un perfil “progresista” recrearon parte del viejo programa de la base demócrata: planes sociales y de vivienda e impuestos más altos para los ricos. Con esa campaña, Bill De Blasio se transformó en el primer alcalde demócrata de Nueva York en 25 años. Y por primera vez en 100 años una candidata abiertamente socialista llegó a conquistar un cargo local, enfrentando al oficialismo demócrata.

Quiénes “empujan hacia la izquierda” la política norteamericana
Este “giro a izquierda” en la superestructura política no es más que una expresión distorsionada (por los propios límites del sistema bipartidista) del clima social que viene fermentando durante los últimos años. Uno de los mayores exponentes de ese nuevo clima político fue Occupy Wall Street, que tuvo el mérito de señalar la enorme desigualdad social con la consigna “Somos el 99%”, a pesar de no haber logrado una movilización masiva. Y aunque ya no están ocupando las plazas, su retirada de las calles tuvo como contrapartida el surgimiento de una suerte de “activismo social” y redes de solidaridad con luchas de trabajadores y conflictos locales (apoyo a los portuarios de Seattle y Oakland y la organización por las marchas del 1° de Mayo). Se transformaron en un amplificador de denuncias políticas y sociales sentidas, como el repudio a la absolución del asesino del joven afroamericano Trayvon Martin5 o el extendido repudio al espionaje del gobierno de Obama.
En el último período confluyeron también con la lucha que llevan adelante los trabajadores de WalMart que cuestiona el modelo antisindical por excelencia en EE.UU., y con los trabajadores/as precarios de losfastfood, que vienen de realizar huelgas coordinadas a nivel nacional por el salario mínimo6.
La generación que da cuerpo a estos movimientos y al nuevo clima social tiene entre 18 y 29 años, y el 40 % pertenece a las llamadas minorías raciales y étnicas. Estos menores de 30 años ingresaron a un mercado de trabajo signado por la recesión, con un Estado que ha reducido al mínimo su tejido social, por ende su vida tiene peores perspectivas que las de sus padres. Los sectores medios educados están endeudados y la mayoría está sobrecapacitada para los trabajos que consigue. Los hijos de la clase media empobrecida que no llegaron a la educación superior compiten por puestos de trabajo precarios, adonde llegan también los trabajadores mayores expulsados de la industria y los servicios.
La tasa de desempleo de los que tienen entre 18 y 29 años de casi el 12 % es otra marca generacional (y supera la media nacional de 7,3 %). Constituyen un importante sector demográfico donde dos tercios creen que el Estado debe brindar más y mejores servicios públicos (25 % más que la media general)7, el 58 % apoya los sindicatos y el 43 % está en contra de las corporaciones8.
No se trata solo de un problema económico. Estos sub30 vivieron casi toda su vida bajo el signo del neoliberalismo y no conocieron los “años dorados” del Estados Unidos hegemónico, más bien están siendo testigos de su decadencia. Es natural entonces que una gran parte de ellos vea en el capitalismo la raíz de los problemas. Según una encuesta de Gallup de 2011: “el 49 % de los estadounidenses entre 18 y 29 años tienen una reacción positiva ante la palabra ‘socialismo’, mientras el 47 % reacciona negativamente a la palabra ‘capitalismo’”9. Este nuevo “estado de ánimo” es comparable a los fenómenos que recorren la juventud a nivel internacional, un nuevo “espíritu de época”10. Estos jóvenes votaron mayoritariamente por Obama en 2008, con una enorme expectativa de cambio después de los dos mandatos de G.W. Bush. Expectativas que se fueron convirtiendo en decepción, pero no en escepticismo, durante los últimos años.

Sin cheque en blanco
Existe otro fenómeno más general que tiene que ver con un factor demográfico, y que explica parte del retroceso del ala más dura del Partido Republicano y la posibilidad de recrear tras De Blasio la base social que llevó a Obama al gobierno.
En los últimos años asistimos a un estrechamiento de la base social histórica del Partido Republicano que es mayoritariamente blanca, nativa, cristiana y supera los 50 años. Como contrapartida vimos el crecimiento de las “minorías sociales”, sobre todo los latinos, que se convirtieron en una fuerza capaz de definir los resultados electorales y que en su mayoría son votantes demócratas11. A esto se suma el perfil de los votantes de las generaciones más jóvenes que mencionamos anteriormente. Esta tendencia encendió las luces de alarma entre los republicanos. Un temor que no es infundado y que está en la base del discurso moderado que ensayó Chris Christie para ser reelecto en Nueva Jersey. Sin embargo, las fracturas internas en el Partido Republicano muestran las dificultades para consensuar una posición de centro que le permita ganar una nueva base social que pueda combinarse con su base electoral histórica.
Esto no quiere decir que los demócratas tengan vía libre para canalizar e institucionalizar electoralmente sin contradicciones los fenómenos sociales que surgieron a su izquierda, sobre todo después de la decepción que significó Obama. Una confirmación de esto fue el triunfo de la candidatura de izquierda en Seattle. Que De Blasio no es un izquierdista no hace falta aclararlo. Su campaña no contó con la adhesión de ninguno de los movimientos sociales de la ciudad, y ninguno de los sindicatos de empleados públicos, que serán los primeros en sentarse a negociar su convenio colectivo con el alcalde, apoyó su candidatura en las primarias. Como señala la revista Jacobin: “Al contrario de las vociferaciones del consejo editorial del Wall Street Journal, De Blasio no es un representante de ningún tipo de movimiento social. No existe casi ninguna coincidencia entre su equipo de campaña y cualquiera que haya dormido en Zuccotti Park”12. Haber recreado la base social y generado la simpatía que existía con el primer Obama no es en absoluto garantía de un nuevo cheque en blanco para el Partido Demócrata. El gran desafío para los sectores que están en la base de este “giro a izquierda” es lograr no ser asimilados de una u otra forma como la “pata izquierda” del bipartidismo.

Desafíos
El movimiento no-global surgido en Seattle en 1999 no pudo evitar ser absorbido por el Partido Demócrata, a pesar de plantear una poderosa crítica social, cuyo legado llega hasta hoy. En el terreno político, un sector de este movimiento llegó a apoyar la candidatura independiente de Ralph Nader en 2000 con un programa reformista, aunque fueron evidentes los límites frente a la maquinaria bipartidista de demócratas y republicanos, que no son más que dos alas del mismo partido de la burguesía imperialista. Los movimientos posteriores no llegaron a plantearse siquiera un horizonte por fuera del bipartidismo, ni el movimiento antiguerra (que terminó derrotado), ni el multitudinario movimiento inmigrante que se “encomendó” directamente a la gran promesa de Obama (todavía incumplida).
No es posible afirmar hoy que la dinámica que existe en los sectores precarios y la juventud vaya ser capaz de hacerlo. Y también es difícil para los sectores sindicalizados, especialmente los industriales, que tienen en su seno a la AFL-CIO que funciona prácticamente como brazo sindical del Partido Demócrata. Las negociaciones de la burocracia con distintas empresas en los últimos años permitieron mantener algunas conquistas de los sectores sindicalizados en detrimento de todo derecho para los nuevos trabajadores, lo que estratégicamente debilita la fuerza social de la propia clase obrera. Y aunque la recesión ha empeorado las condiciones de vida de los trabajadores sindicalizados, estos todavía se sienten lejos de los precarios y la juventud, que plantean una crítica filosa pero su fuerza social es insuficiente. La única forma de evitar que este descontento vuelva a ser canalizado por el bipartidismo, es conquistar una expresión política independiente, de la que los precarios, los jóvenes y los inmigrantes solo pueden ser su ala izquierda pero que, para pararse sobre sus propios pies, necesita sí o sí de la poderosa clase obrera industrial norteamericana.

Blog de los autores: teseguilospasos.blogspot. com.ar y sordoruido.blogspot.com.ar.

1. P. Bach, “La discordancia de los tiempos de la crisis capitalista mundial”, Ideas de Izquierda 3, 2013.
2. La fracción del Tea Party, que representa en la realidad menos del 20% del caucus republicano, adquirió un peso sobredimensionado debido a las divisiones del Congreso y la debilidad de la presidencia.
3. La división de la bancada republicana ya se había expresado en la discusión sobre un eventual ataque a Siria.
4. A pesar de que esta reforma, conocida como Obamacare, favorece a las aseguradoras privadas, ya que obliga a toda persona a contratar una cobertura de salud, y no implica el establecimiento de un sistema de salud público universal, el Partido Republicano y en particular el Tea Party, lo rechazan de plano.
5. En febrero de 2012 George Zimmerman asesinó a sangre fría al joven afroamericano Trayvon Martin por considerarlo “sospechoso”. La absolución del asesino en 2013 provocó un amplio repudio.
6. C. Murillo, J.A. Gallardo, “Fastfood Nation”, Ideas de Izquierda 4, 2013.
7. “Millennials: Confident. Connected. Open to Change”, Pew Research, 24/2/2010.
8. M. Hais and M. Winograd, “Walker Awakens a Sleeping Giant”, Huffington Post, 10/3/2011.
9. “Who are the new socialist wunderkinds of America?”, New Statesman, 9/11/2013.
10. J.A. Gallardo, “#juventudenlascalles”, Ideas de Izquierda 1, 2013.
11. En 2010, 60% de los electores latinos votaron a favor de candidatos demócratas. En contraste, solo 38% apoyó a los republicanos, según un análisis del Pew Hispanic Center.
12 A. Paul, “A Teachable Mayor”, Jacobin, 11/11/2013.
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Una concejal socialista en Seattle
La militante de Socialist Alternative*, Kshama Sawant, ganó una banca en el Concejo Deliberante de la ciudad de Seattle, con casi 94.000 votos (50,67 %) y le ganó a su rival del Partido Demócrata que llevaba 16 años en ese cargo. La candidatura de Sawant expresó políticamente muchas de las demandas del movimiento OWS y de los fastfood, los inmigrantes y los trabajadores, es decir, los que dan cuerpo a este “giro a izquierda”.
Kshama Sawant, de 41 años y de origen indio, se convirtió en la primera concejal socialista en casi 100 años por la ciudad de Seattle. Y aunque es un cargo local, adquiere mayor importancia en el marco de un sistema fuertemente bipartidista. A esta victoria se sumó también la muy buena elección del candidato de Socialist Alternative en Minneapolis (obtuvo el 36% de los votos).
Sawant se presentó con una boleta socialista, y levantó como ejes de su campaña la demanda de salario mínimo de 15 dólares, el control de precios de los alquileres y mayores impuestos a los millonarios para aumentar la inversión en transporte público y educación. Este programa, aunque limitado, logró la adhesión de un sector históricamente votante del Partido Demócrata, desilusionado tanto con la política de Obama a nivel nacional como con los demócratas en Seattle, que gobiernan hace décadas.
Este triunfo dio por tierra con dos mitos: el primero, que la gente en Estados Unidos le tema al “socialismo” (que se agita como un fantasma en una sociedad profundamente macartista), y el segundo, que no se le puede ganar al Partido Demócrata. Existe un sentido común entre varios sectores de la izquierda que, con escepticismo, no ven más allá de las fronteras del bipartidismo. Muchos grupos de izquierda, incluso algunos que se dicen trotskistas o radicales, terminan apoyando a los candidatos demócratas como “mal menor” ante el terror de la derecha.
Este triunfo es significativo porque en Estados Unidos es muy raro que se presenten candidatos que no sean republicanos o demócratas, y si hay candidatos por fuera de esos partidos, en general son “independientes”, pero rara vez llegan a postularse candidatos o candidatas de izquierda y menos que se reivindiquen abiertamente socialistas. El norteamericano es un sistema electoral basado en un bipartidismo ultrarrestrictivo, donde se necesitan millones de dólares para montar una campaña y se imponen las maquinarias de los demócratas y republicanos.

* Es un grupo de izquierda norteamericano de tradición trotskista relacionado internacionalmente con Committee for a Workers’ International (CWI).

sábado, 30 de noviembre de 2013

Triunfo de la izquierda en Seattle

Triunfo de la izquierda en Seattle





Las elecciones en varios estados (provincias) que se realizaron en EE.UU. a principios de noviembre expresaron lo que varios medios describieron como un “giro a izquierda” en el eje de la política norteamericana.
La crisis del bipartidismo, expresada en las fracturas al interior del partido Republicano y el debilitamiento de su ala derecha, el Tea Party (ver LVO N°541), se suma al desgaste del gobierno de Obama y la desilusión con las promesas que el partido Demócrata “no cumplió”. Mientras la desocupación se mantiene por encima del 7%, el gobierno rescata a los grandes capitalistas y banqueros, que incluso aumentaron sus ganancias. Tras seis años de crisis económica (con un crecimiento débil en el último período), lo que se palpa en la realidad norteamericana es la creciente desigualdad económica, la creación de empleos basura, los salarios miserables y el crecimiento de un precariado que trabaja en el sector de servicios, junto con un ataque gradual a los sectores más concentrados de la clase obrera que aún mantienen algunas conquistas. Esta situación dio lugar al surgimiento de fenómenos sociales como el de Occupy Wall Street (OWS, Ocupa Wall Street) y una juventud que viene haciendo una experiencia política, el de los trabajadores de Wal Mart por el derecho a organizarse o el de los trabajadores de los fastfood por un sueldo mínimo de 15 dólares la hora.
Esta combinación de factores se expresó electoralmente en los principales partidos, Republicano y Demócrata, con el triunfo del ala centro en el primero y de los “progresistas” en el segundo. Como parte de este “giro a izquierda”, una gran sorpresa la dio la militante socialista Kshama Sawant, que ganó una banca en el concejo deliberante de la ciudad de Seattle. Levantando un programa con eje en la demanda de un salario mínimo, expresó a amplios sectores de trabajadores precarios, además de lograr la simpatía de los jóvenes de OWS y un sector que está desilusionado con los demócratas. Sawant obtuvo casi 94.000 votos (50.67%) y le ganó a su rival del partido Demócrata que llevaba 16 años en ese cargo.


Una concejal socialista en Seattle

Kshama Sawant, militante de Socialist Alternative (Alternativa Socialista), un grupo de izquierda norteamericano de tradición trotskista, se convirtió en la primera concejal socialista en casi 100 años por la ciudad de Seattle. Y aunque sea un cargo local, esto adquiere mayor importancia en el marco de un sistema fuertemente bipartidista. A esta victoria en Seattle se sumó también la muy buena elección del candidato de Socialist Alternative en Minneapolis (la ciudad más importante del estado de Minesotta) que obtuvo el 36% de los votos.
Sawant, de 41 años y de origen indio, se presentó con una boleta socialista, y levantó como ejes de su campaña la demanda de salario mínimo de 15 dólares, el control de precios de los alquileres y mayores impuestos a los millonarios para aumentar la inversión en transporte público y educación. Este programa, aunque limitado, logró la adhesión de un sector históricamente votante del partido Demócrata, desilusionado tanto con la política de Obama a nivel nacional como con los demócratas en Seattle (donde gobiernan históricamente).
El triunfo de Sawant dio por tierra con dos mitos: el primero, que la gente en Estados Unidos le tema al “socialismo” (que se agita como un fantasma en una sociedad profundamente macartista), y el segundo, que no se le puede ganar al partido Demócrata.


La democracia restrictiva del bipartidismo

Lo significativo del triunfo de Sawant es que en Estados Unidos es muy raro que se presenten candidatos que no sean republicanos o demócratas, y si hay candidatos por fuera de esos partidos, en general son “independientes”, pero rara vez llegan a postularse candidatos o candidatas de izquierda y menos que se reivindiquen abiertamente socialistas. El norteamericano es un sistema electoral basado en un bipartidismo ultrarestrictivo, donde se necesitan millones de dólares para montar una campaña y se imponen las maquinarias de los demócratas y republicanos que no son más que dos alas del mismo partido de la burguesía imperialista.
Existe un sentido común entre varios sectores de la izquierda que, con escepticismo, no ven más allás de las fronteras del bipartidismo. Muchos grupos de izquierda, incluso algunos que se dicen trotskistas o radicales, terminan apoyando a los candidatos demócratas como “mal menor” ante el terror de la derecha. A lo sumo han llegado apoyar candidatos del partido Verde o algún candidato independiente como Ralph Nader (que se presentó por última vez en las elecciones presidenciales de 2000, con un programa muy limitado de reformas).
La candidatura de Sawant expresó políticamente muchas de las demandas del movimiento OWS, de las/os trabajadores de los fastfood, los inmigrantes y los trabajadores, es decir, los que dan cuerpo a este “giro a izquierda” del que hablan los medios en EEUU. Unos días después de conocerse su triunfo, comenzó la huelga en la fábrica Boeing y la nueva concejal fue una de las invitadas a dirigirse a los trabajadores en lucha. Allí repudió el plan de la patronal para eliminar las pensiones de los trabajadores, mientras recibe subsidios millonarios del gobierno. Aunque lo hizo con un con un programa confuso de “apropiación democrática” de la fábrica, Sawant llamó a los trabajadores a no abandonar la planta y a dejar de construir “máquinas de guerra” (por los aviones militares) y producir transportes públicos, entre otras cosas.
A pesar de lo limitado del programa de la campaña de Sawant, que toma sólo algunas reivindicaciones elementales, su triunfo es alentador para mostrar, a pequeña escala, la potencialidad que podría tener una política desde la extrema izquierda, si planteara una alternativa obrera independiente de los Demócratas y apoyada en la lucha de los trabajadores.
Aún con las casi nulas posibilidades de presentar una candidatura a nivel nacional, todavía está por verse cómo se desarrollará este fenómeno y si existe la posibilidad de que ante la crisis del partido republicano, pero sobre todo el desgaste de Obama y la desilusión con los demócratas, pueda empezar a surguir una alternativa independiente al bipartidismo.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Las obreras de Bangladesh y lo nuevo que emerge





Miles de trabajadores y trabajadoras textiles de Bangladesh volvieron a salir a las calles de la capital, Dhaka, para pedir por un salario mínimo de 100 dólares al mes.

Más de 30.000 textiles abandonaron las principales fábricas del centro y la periferia  de la capital tomando las calles y obligando a los empresarios a cerrar un centenar de grandes talleres, constituyéndose en una huelga de hecho. 

La policía trató de frenar el avance de las columnas obreras con gases lacrimógenos pero solo lograron enfurecer más a los manifestantes como en la ciudad de Ashulia (periferia de la capital) donde los trabajadores levantaron barricadas e incendiaron vehículos para frenar la represión de las fuerzas de seguridad.

Las nuevas protestas se dan a menos de dos meses de las masivas movilizaciones de fin de septiembre que paralizaron la industria textil durante una semana y obligaron al gobierno a llamar a un consejo del salario para acordar un aumento antes de fin de noviembre.

Bangladesh es el país con el salario mínimo más bajo del mundo (38 dólares) y frente a la demanda obrera de un aumento que lo lleve a 100 dólares mensuales los empresarios se negaron de plano a ofrecer un incremento que supere el 20% del valor actual, es decir no más de 45 dólares. El gobierno, que además de estar presionado por las movilizaciones se encuentra en un complejo escenario político cruzado por las elecciones generales de enero de 2014, ofreció desde el consejo del salario un aumento que permita elevar el mínimo a 67 dólares y se comprometió a fijar un nuevo valor para el 21 de noviembre exhortando a los trabajadores a abandonar las calles y volver al trabajo. Gobierno y empresarios se pusieron de acuerdo para intimidar a los trabajadores con la amenaza de cierre masivo de fábricas si estos mantienen su reclamo, en realidad no se trata más que de una extorsión para que los obreros textiles acepten la propuesta que termine fijando el gobierno, muy por debajo de su demanda.

La situación actual es de expectativa y si bien los trabajadores volvieron a las fábricas, nada indica que las manifestaciones espontaneas y violentas, que se incrementaron en el último período por el reclamo de un salario digno, vayan a terminar luego del anuncio gubernamental.

Las movilizaciones, huelgas y manifestaciones de los trabajadores textiles han ido creciendo en los últimos meses desde el derrumbe, en abril de este año, del edificio Rana Plaza donde funcionaban varios talleres textiles, que terminó con el saldo de 1135 muertos (80% mujeres). Este episodio dejó al desnudo las brutales condiciones de trabajo en la principal industria de Bangladesh, la textil, con la que recaudan millonarias ganancias las empresas multinacionales en base a condiciones de absoluta precariedad laboral y salarios miserables.


La esclavitud del siglo XXI


Más de cien años han pasado desde las heroicas luchas del movimiento obrero para conseguir la jornada de ocho horas de trabajo, pero en Bangladesh hoy esto sigue siendo una utopía. En pleno siglo XXI, Bangladesh junto a otros países de la región se han convertido en verdaderas “zonas francas” para el desarrollo de la esclavitud moderna.

Las gigantes empresas de la industria textil como Zara, Benetton, Nike, Adidas, Acsis, Reebok o las cadenas como Wal-Mart, Carrefour, H&M y El Corte Ingles  entre otras, se establecieron por medio de talleres tercerizados en países como Bangladesh, Camboya, Sri Lanka, Vietnam, Laos o la India donde obtienen ganancias extraordinarias.

El caso de Bangladesh es paradigmático porque se trata del segundo exportador mundial de ropa después de China. El bajo costo de la mano de obra y la inseguridad laboral (que permite que prácticamente cualquier estructura se convierta en un taller habilitado) hacen que este país sea el lugar más barato para producir grandes cantidades de ropa que tienen por destino principalmente a Europa (60%) y EEUU (23%).

Con una población de 155 millones de habitantes y una fuerza laboral (ocupada) de 56 millones, Bangladesh se convirtió en un imán para satisfacer la sed de ganancia de las empresas capitalistas. El gobierno le garantiza a los empresarios un salario diferenciado por rama de producción[1], que en la industria textil es el más bajo del mundo (ver cuadro). De esta forma durante la última década se establecieron en el país más de 5.000 fábricas textiles que emplean a más de 4 millones de trabajadores, el 80% mujeres.




Para que sea gráfica la relación que existe entre el salario mínimo y la ganancia de las empresas basta un ejemplo: una obrera textil en Bangladesh debería dedicar el 100% de casi tres meses de su salario mínimo para poder comprar un pantalón de jean de primera marca (que ella misma produce por miles) en alguna de las principales cadenas o centros comerciales de Europa o EE.UU[2].  
Como con el salario mínimo de 38 dólares es imposible vivir, las obreras textiles se ven obligadas a trabajar de hecho jornadas de 12 o 14 horas, haciendo horas extras, para poder llegar a un sueldo mensual de unos 100 dólares. Aún así, este valor estaría tres veces por debajo de lo que se podría considerar un “salario digno”[3].

Otro dato alarmante son las condiciones de absoluta inseguridad en la que se montan los talleres. La connivencia entre el gobierno, el ministerio de trabajo, los inspectores de seguridad y los empresarios es total como quedó demostrado con el derrumbe del edificio Rana Plaza, que logró repercusión internacional pero que no se trata del único sino que son una constante las noticias sobre incendios o derrumbes de fábricas o talleres donde mueren trabajadoras. También son comunes los testimonios de obreras que dicen denunciar las malas condiciones edilicias y laborales pero que ven como los inspectores del gobierno miran para otro lado a la hora de hacer las habilitaciones.

Esta relación tan estrecha entre política y negocios no es de extrañar, sobre todo cuando un 30% de los parlamentarios de Bangladesh son al mismo tiempo empresarios de grandes fábricas textiles.


Una nueva clase obrera que emerge

El desarrollo de la industria textil en Bangladesh fue meteórico. Las primeras fábricas se establecieron a principios de la década de 1980 y su crecimiento se disparó exponencialmente en las tres décadas siguientes. Este sector pasó de representar un 3% del PBI en 1991 al 13% en la actualidad. En 2012 las exportaciones de productos textiles llegaron a los 22.000 millones de dólares, lo que supone el 80% del total de las exportaciones del país.

A la par del crecimiento de esta nueva rama industrial se fue conformando una nueva clase obrera joven, migrante y mayoritariamente femenina. Para el año 2000 la industria textil tenía alrededor de 3000 fábricas y empleaba a 1,5 millones de trabajadores. En la actualidad hay unos 5000 establecimientos donde trabajan más de 4 millones de trabajadores de los cuales entre el 80% y el 90% son mujeres[4].  A su vez cerca de 2 millones de las trabajadoras textiles son mujeres provenientes de las áreas rurales que se desplazaron en las últimas décadas a las ciudades tras las promesas de empleo en la nueva industria[5].

Desde que se establecieron en el país la gran mayoría de las empresas prohibieron los sindicatos y la organización al interior de las fábricas, contando para esto con el visto bueno del ministerio de trabajo y el gobierno que les permitió todo tipo de atropellos contra las trabajadoras.
Las primeras huelgas importantes se realizaron en el año 2006 cuando se empezaron a formar algunas organizaciones de obreras textiles (por fuera de la ley) y le arrancaron al gobierno el primer aumento del salario mínimo que había permanecido congelado desde el año 1994[6].

Tras la lucha de 2006 el gobierno aumentó el salario mínimo a 21 dólares y luego lo volvió a ajustar con las huelgas de 2010 hasta los 38 dólares actuales.

Sin embargo fue en el último período que las huelgas y movilizaciones de los y las trabajadoras textiles pegaron un salto, se multiplicaron y tomaron protagonismo. El asesinato masivo de trabajadores que significó el derrumbe del edificio Rana Plaza fue tan brutal que no solo puso en evidencia las condiciones de trabajo de las contratistas de las grandes marcas de indumentaria a nivel internacional, sino que obligó al gobierno a emitir una ley que permite la creación de sindicatos en este sector sin el permiso de los dueños de las fábricas.

Esto envalentonó a los y las obreras textiles que vienen saliendo a las calles y enfrentándose con la policía para pelear por sus demandas.

La ausencia de una burocracia sindical centralizada o de sindicatos amarillos, que puedan tener el control sobre esta masa de 4 millones de trabajadores, le da a las acciones un carácter espontáneo y muchas veces violento que se sale de los márgenes de la “normalidad” a la que estaban acostumbrados el gobierno y los empresarios.

Se podría decir que esta nueva y joven clase obrera que empieza de muy atrás, y que viene de sufrir (y sigue sufriendo) condiciones brutales de explotación, es “hija” de las derrotas que sufrió el movimiento obrero a nivel mundial durante las últimas décadas de neoliberalismo y restauración burguesa en todo el mundo. La deslocalización, el outsourcing, la tercerización, los contratos basura y los bajos salarios son un sello de nacimiento para gran parte del proletariado de la región y fue a su vez el fantasma que la burguesía utilizó principalmente sobre los trabajadores de los países imperialistas para atacar sus conquistas.

Sin embargo esas mismas condiciones que constituyen su sello de nacimiento también vuelven a este nuevo movimiento obrero en potencialmente más insubordinado que sus pares de occidente al no contar sobre sus espaldas con una derrota significativa, más que sus propias (y brutales) condiciones de trabajo que son las que llevan a esta explosiva conflictividad. Si bien parten de un nivel de subjetividad muy bajo y luchan en muchos casos por condiciones elementales, no cargan con los prejuicios de una clase obrera que sufrió derrotas históricas.

La clase obrera de Bangladesh y sobre todo su sector más explotado, el textil, no se encuentra solo. Los últimos años, y sobre todo el que aún está en curso, vio un aumento exponencial de los conflictos obreros en toda la región. Tan solo hace una semana salían a la huelga en Indonesia y en estos días lo hacían las trabajadoras textiles de Camboya. El escenario se repite de una u otra forma en Vietnam, Laos, India y China.

Los próximos meses (y años) serán claves para saber los efectos que puede tener la acción de esta poderosa fracción de la clase obrera no solo en la región sino sobre la lucha de clases a nivel global.




[1] Las diferencias son sustanciales: los trabajadores del transporte y del comercio ganan el doble que los trabajadores textiles.
[2] Otro ejemplo: El salario de un mes equivale al precio una camiseta de manga larga (29 euros = 38 dólares) comprada por internet en El Corte Ingles (sin incluir gastos de envío).
[5] Según datos del Banco Mundial entre 1995 y 2005 el empleo rural había bajado del 63% al 48% mientras que el empleo en la industria y los servicios pasó del 37% al 52%.